viernes, 9 de noviembre de 2007

Un gran empresario

Un hombre alto y robusto, llega desde los más grandes rincones de las condes a su humilde barrio en La Pintana.

Llega en un hermoso jeep blanco, estaba impecable, parecía nuevo, además, con una gran carga de equipaje.

Todos observaban al auto, algunos en su rencoroso corazón “que hace este maldito ricachón aquí” “¿Quién es?”. Otros se preguntaban de donde era, pero lo observaban con ojos de asombro.

Quería ver a su madre después de tres años, en esos años perdidos estuvo en la inmensidad financiera; gerente de la empresa de marketing líder del mercado nacional y jefe en otras empresas.

Les brillaban los ojos al ver su infancia recorrida en ese humilde y grandioso lugar; siempre compartía y jugaba con sus amigos; disfrutaba de la belleza de la vida, pasándolo bien, haciendo pequeñas bromas a los demás; era sano, al igual que su corazón.

Alrededor de sus ojos veía la casa número veintiuno sesenta y cinco, donde vivió parte de su vida, antes de que creciera tanto económicamente: Una casa desarmada, destruida, con las paredes rayadas y mal cuidada.

Se atrevió a recordar que con buenas calificaciones, su buen rendimiento en la escuela (enseñanza básica y media), los grandes valores, además de su grandiosa forma de pensar hizo que fuese llevado a lo Estados Unidos, donde estudió variadas carreras importantes en el mejor colegio que esa patria le podía ofrecer.

Al terminar sus estudios, fue llevado a varios sectores del mundo, en estos lugares ayudo a desarrollar diversos países, especialmente Chile.

Luego de años y años en su vocación, decidió comenzar a ejercer un supermercado famosísimo en chile, ahí se quedo, trabajando con estadísticas e inmensas cifras. En un día importante recordó aquellas personas a las que había abandonado por la fortuna, y el éxito. Se había sentido tan mal que decidió volver a su antiguo nido.

Decidió golpear aquellas puertas todas destruidas por la acción de los años.

Salió de la casa una anciana con unos ochenta años sobre ella, delgados, bajos, un poco jorobados, con arrugadas manos, al igual que su faz; era su madre.

El empresario explica la situación, pidiéndole disculpas, su consentimiento; y, finalmente, viviendo con ella por el resto del tiempo que le quedaba a la humilde señora.

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